Nueva York, el primero de muchos.

Otoño en Central Park

Estoy en Nueva York, por primera vez, también viajo con mis propios medios, por primera vez y con mi mejor amiga, por primera vez. Cuando le hablé del viaje a La Loca (sí, así le llamo a mi mejor amiga y así me llama ella a mí) se sumó al plan; en un par de sesiones de WiFi y laptop en mano, nos armamos un itinerario maratónico, digno de nuestro entusiasmo.

Llegamos al aeropuerto de Newark, es la primera vez que subimos a un airtrain , escena digna para tomar la primera fotografía con ayuda del tripie; las primeras veces deberían ser fotografiadas siempre, pues algunas tendemos a olvidarlas. Tras un viaje en tren, finalmente llegamos al hostal Amsterdam, ubicado en el Upper Side de la gran manzana, este será nuestro refugio «neoyorkino»

Ponemos en marcha el itinerario, aunque siempre interrumpido por mi compañera de viaje, que en cada esquina sugiere que entremos en alguna tienda o sitio no programado, sabiendo que sólo tenemos cinco días para comernos la ciudad. Ella no se defiende, considera divertido descuadrar mis agendas; finalmente concluimos que mi organización y su espontaneidad son la combinación perfecta, nos equilibra, nos hace tan buenas compañeras de viaje, como amigas.

En cinco días descubrimos que, a mitad del otoño, en Manhattan oscurece a las 4 de la tarde; que las tiendas de Lego y M&M’s nos parecen divertidas a un grado infantil (y me alegro), que el McDonald’s de Wall Street tiene un piano, que debimos traer tenis y no sólo botas, que la ciudad tiene la mejor tienda de esferas de Navidad personalizables, que existe un Museo del Sexo e increíblemente no estaba en nuestro itinerario , que es divertido elegir lo que se lea con mayor dificultad en el menú (sobre todo si estás en China Town) , que las señales existen y son insistentes, si ya te perdiste muchas veces tratando de llegar a una pizzería en Brooklyn a medianoche, tal vez «algo» sugiere que no deberías ir a Brooklyn a medianoche.

Nueva York nos revela que existe el viento capaz de romper el paraguas que has comprado 3 minutos atrás por $3 dólares, que somos mujeres emotivas que lloran en medio de una función del Fantasma de la Ópera, que la ciudad tiene el aspecto de una hoja cuadriculada, que somos capaces de caminar más de 12 horas (siempre que sea con el calzado adecuado), que un listón flotando en medio de dos ventiladores es arte, si estás en el MOMA; que el guardia de seguridad del Empire State Building sabe quien es Bobby Pulido , que los vendedores de Abercrombie parecen salidos de una revista de modelos, que no nos gustan los pretzels, que la iglesia de Trinity Church tiene biblias para sus asistentes, colocadas en las butacas; y que viajar con un tripie enorme ayuda a tomar fotografías mejor enfocadas, pero es poco práctico .

Hemos decidido iniciar una tradición, compramos pequeñas libretas iguales para escribir como fue nuestro día, al volver al hostal. En un afán de dejar asentados los detalles que seguramente la memoria empañará con el tiempo, escribimos aquello que no se ve en las fotografías (si, esas que tomé con ayuda del enorme tripie), escribimos lo que nos conmueve, lo que nos sorprende, cuantas veces nos perdemos, el chiste que brota en la conversación, nuestras reflexiones , la canción inventada en un trayecto.

Ahora sé que soy capaz de tomar 1,000 fotografías en un viaje, sé también que Alicia del país de las maravillas habita en un rincón de Central Park , en donde los colores ocres del otoño parecen salidos de un cuadro impresionista. Sé que los museos de Nueva York son enormes y que el Manhattan de Woody Allen sí existe, que cinco días no bastan para conocer la ciudad. Sé que el viaje no es sólo estar en el lugar, sino los momentos que te ocurren mientras permaneces en ese lugar. Sé que quiero volver, que quiero continuar viajando y que este viaje es el primero de muchos.

Lilibith,

Travel Junkie

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